Hoy amanecí con un resfriado terrible, con los ojos hinchados y mi cara de moribundo. Escuché la campana del camión de la basura y salí corriendo con una pijama que me queda larga, el resultado fue que llegando al último escalón me di la resbalada de mi vida. Las llaves se deslizaron por todo el pasillo, muy muy lejos de mi. El golpe fue brutal, la pelvis, una rodilla, el codo, el cuello, no sabía ni qué sobarme, permanecí unos segundos en el piso, a través del cristal vi al chico del camión levantando los botes y corrí de nuevo para sacar la bolsa que tenía en la cochera. Adolorida por la caída sentí unas ganas inmensas de llorar, no sé bien si por los golpes o por el coraje de haberme caído. Dejé la bolsa afuera y me metí. Subí las escaleras con ese sentimiento de impotencia, entré a mi departamento y solté el llanto, había que esperar para llorar, no fuera que en el ínter me encontrara a algún vecino e hiciera suposiciones por mis lágrimas.
Me revisé frente a un espejo y solo vi partes rojas y nada roto. Después pensé en escribir sobre la perfecta analogía de una caída real con los sucesos de la vida, me pareció romántico pero después me dio flojera. El ejemplo pudo ser prefecto, después de que te caes tu obligación es levantarte y Bla Bla Bla, la verdad es que después pensé que muchas veces nos sucede que después de una caída simplemente te dan ganas de llorar, acostarte y dormir. Y también es válido.
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