Corría el año de 1992 cuando a mi salón llegó la maestra de inglés diciendo que traía una nueva actividad para nosotros, nos invitaba a escribir cartas a través de una compañía llamada International Youth Company, aún recuerdo el nombre, aún recuerdo los formularios que teníamos que llenar para participar en el intercambio de cartas con otras personas del mundo, ¡si del mundo!, pagábamos un dólar por cada dirección que quisiéramos, después seleccionábamos el país de preferencia, el sexo de la persona, el rango de edad y a esperar noticias.
Días después, llegaban a nuestras manos los datos de nuestros futuros amigos con los cuáles nos poníamos en contacto a través del correo postal. Me gustaba comprar hojas decoradas, hermosos sobres y a escribir se ha dicho, mandaba recortes de revistas, fotografías dedicadas, una que otra postal, dibujos, después cerraba el sobre, colocaba los datos necesarios, iba a la oficina de correos, pedía mi estampilla, (internacional porque eso lo hacía más interesante) y a esperar de nuevo...
Pasaba aproximadamente un mes, en lo que se iba la carta al extranjero, nuestro amigo contestaba y luego la carta venía de regreso, cuando se acercaban los días, escuchaba muy atenta el silbato del cartero y cuando la bicicleta se acercaba a casa me brincaba el corazón, pero no, era un estado de cuenta para mamá, qué desilusión, mi carta no estaba ahí, aún no había nada para mi. Volvía a llegar el cartero y en esta ocasión si era para mi, ¿de dónde vendría?, ¿Sería una contestación a una carta mía o sería una carta de alguien que había pagado un dólar por mi dirección?.
Era emocionante recibir una carta, otra y otra más, gente de aquí y allá, lugares remotos en aquella época, lugares que sólo podía imaginar sólo a través de las líneas que leía, sentir una conexión con las personas por el simple hecho de haber tocado el papel, aunque estuviéramos a miles de kilómetros de distancia. Los años pasaron y yo seguí escribiendo, "conocí" a personas en Aruba, en Egipto, en Francia y en Cuba, no solo eran personas con las que había hecho contacto a través de la IYC, también había decidido escribir a personas que publicaban sus direcciones en revistas y más tarde a personas que conocí durante algunos viajes. De cerca, de lejos, las cartas siempre me gustaron.
Con la llegada del correo electrónico al principio fue novedoso, ver que los mensajes duraban segundos en llegar, luego la introducción de las cámaras web, las fotos digitales, las videoconferencias, todo era tan nuevo que las cartas se empezaron a olvidar, hasta que un día dejaron simplemente de llegar.
Los carteros lo único que hacen ahora es repartir estados de cuenta de algún banco, uno que otro documento oficial y cuando es época electoral fotos y "parabienes" de algún político de moda...
¡Se ha perdido la emoción de recibir una carta!, muchos niños en nuestra época ni siquiera saben qué se siente esperar por ella. Muchos adultos nunca lo hicieron, sentir los nervios de esperar el silbato del cartero, abrir el sobre, desdoblar la hoja, leer las líneas, sonreír por lo escrito.
¡Qué ganas de volver a escribir de nuevo!, local, nacional o internacional, ¿qué más da?, lo importante escribir. ¿Te animarías a iniciar un intercambio de cartas?
Rescatemos el oficio del cartero, ese que durante años nos ha dado tantas alegrías.
Aleyda G. G. Gatell
¿Quieres que te escriba?, Déjame tu dirección y yo te envío la mía. aleyda.gatell@hotmail.com Usemos para bien la tecnología.
La única petición que hago es que afuera del sobre escribas el HT #RescatandoAlCartero para que poco a poco más gente se sume. 👮🚲
Por cierto, la carta que aquí muestro es de 1999, me pregunto si habrá alguna manera de contactar a Mohamed Hussein Hatem, mi amigo que vivía en El Cairo hace tantos años. Ojalá si.
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