lunes, 26 de octubre de 2015

Calixtlahuaca. Zona arqueológica. Estado de México.


Esta zona arqueológica se encuentra ubicada a 30 minutos aproximadamente de la ciudad de Toluca y a una hora y media del Distrito Federal. 

Aunque hay pocos señalamientos es relativamente fácil de llegar. La verdad es que bastó con poner "Calixtlahuaca" en el GoogleMaps y el GPS hizo el resto.


Cuando llegamos encontramos un estacionamiento pequeño, al bajar del auto lo primero que encontramos fue una serpiente, menudo susto nos llevamos, hasta que vimos con atención que estaba muerta, más tarde nos dimos cuenta que en la zona abundan estos elegantes animales, así que había que caminar con mucho cuidado. 

En la entrada de la zona arqueológica hay un pequeño museo, mismo que visitamos al final. 
El costo por entrada es de $47.00 pesos, maestros, estudiantes e INAPAM, no pagan entrada. Corrí al auto por mi credencial y como en varios sitios arqueológicos nos ha pasado, éramos los únicos turistas. 

No pude evitar tomarme fotografías, hacer un periscope y compartir el paisaje, el lugar está repleto de hermosas flores de color rosa, las hay por doquier. 


Fuera del museo nos encontramos con la explicación breve del lugar. Calixtlahuaca es una palabra náhuatl que significa "lugar de casas en la llanura". En este sitio vivieron los matlazincas allá por el año 1000 A.C. de acuerdo con los restos arqueológicos encontrados, los habitantes vivían en casas de materiales perecederos, agrupadas en pequeñas aldeas. Subsistieron gracias a la agricultura, caza, pesca y recolección de plantas comestibles.

               
  Lo primero que se observa es una pirámide diferente al resto de las otras zonas arqueológicas que he visitado, es circular. Corrimos hacia ella y todavía tuvimos la oportunidad de subir. Recuerdo que cuando era niña cada año me llevaban a visitar El Tajín y se podía subir a las pirámides, ahora es muy raro encontrar lugares en donde se permita. Lalo subió antes que yo. Cuando por fin comencé a subir, me advirtió que pisara con cuidado, adentro de la pirámide había un hueco enorme. Nunca me había pasado. Estuve en Calakmul, zona arqueológica ubicada en Campeche en una de las pirámides más altas de México observando por encima la copa de los árboles y no sentí miedo alguno, pero aquí, me temblaban las piernas, en un momento no las sentía, observaba hacia abajo y la respiración se agitaba cada vez más. De pronto algo distrajo mi miedo, Eduardo estaba recogiendo una lata que encontró en la cima, hablamos de por qué los visitantes hacen eso y que, justamente  esas son las razones por las cuáles restringen la entrada y también subir a los sitios históricos. Después de tomarnos fotografías en la cima y recoger la basura de otros, bajamos. Yo seguía muriendo de miedo. Encontramos un túnel y no dudamos en entrar. Se sentía un poco de frío y el aire se sentía más denso. En un momento ya estábamos al interior de la pirámide. Fue como viajar al pasado y encontrarse cara a cara con los habitantes de Calixtlahuaca. Túneles, oscuridad total, de pronto, un hueco que conectaba con el sol, por ese orificio se colaba un poco la luz, luego nada. Alumbramos con el teléfono y pude ver un par de lombrices moviéndose en una de las húmedas paredes, como todo estaba oscuro no pude evitar pensar que el lugar estaría repleto de ellas y salí corriendo. La pirámide me había hechizado, estaba tan llena de misterios... 



Seguimos avanzando hacia el templo de Tláloc y nos encontramos a unos trabajadores descansando un rato. Esa zona permanece acordonada porque la están restaurando, nos sentamos a contemplar el lugar.

Mientras observaba las pirámides no pude evitar hacerme las siguientes preguntas: ¿Quién vivió aquí?, ¿cómo era el sonido de su voz?, ¿cómo sería la textura de su piel?, ¿qué soñaban?, ¿qué comían?, ¿bailaban?, ¿cómo se divertían? 



         Estábamos a punto de irnos cuando un señor nos dijo que había una pirámide más, pero que había que atravesar las veredas y los maizales. La aventura nos llamaba y seguimos avanzando mientras que los paisajes nos seguían maravillando, magueyes, milpas, flores, grillos, lodo, telarañas, sonidos extraños cada que pisábamos, otra culebra más muerta a medio camino, las nubes a punto de soltarse. De pronto aparecieron un señor, un muchacho, un perro, muchas vacas y borregos. Ahí cerca del último monumento pastaban los animales. ¡Menuda escena!, las pirámides, la gente, la naturaleza ¿así sería en la antigüedad?, me sentí tan cerca de mi país, tan cerca de mi pasado y tan lejos de mi presente.


Tuve la oportunidad de platicar un poco con el señor que llevaba a las vacas, me dejó acercarme a ellas, me mostró los árboles de tejocotes que rebosaban de fruta en cada rama. Debo confesar que nunca los había visto, el joven que iba con él cortó algunos y se los comió, yo hice lo mismo pero el que corté estaba verde.

Como la lluvia amenazaba con caer  en cualquier momento decidimos regresar. Pasamos por las milpas nuevamente, vi que las mazorcas tenían una cubierta de color morado especial y eran muy grandes. 


Seguimos caminando escuchando los sonidos de la naturaleza, de vez en cuando se atravesaba frente a mi una mariposa anaranjada, hubiese querido ir corriendo tras ella para descubrir otro camino. Llegamos nuevamente a la entrada y en silencio nos despedimos de aquel lugar, tratando de conservar en los recuerdos cada flor observada, cada piedra celosamente guardada durante tantos años. 


Al final visitamos el museo de sitio, bastante pequeño pero muy informativo. Definitivamente estos lugares son mágicos, me hacen recordar de dónde vengo y preguntarme hacia dónde voy. 

Twitter: @aleydagatell
#GatellJump

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