Estimado Lector:
Quiénes me conocen saben que siempre trato de ser positiva y ver las cosas lindas que están a mi alrededor,
pero hoy debo admitir que me ganó la tristeza.
El país se está yendo al carajo.
No se cuántas veces he intentado escribir este texto, no quería iniciar con esa
frase pero no se me viene a la mente otra que refleje lo que pasa día a día. Salí
de mi trabajo y me dirigía a mi domicilio cuando una imagen paralizó mis
pensamientos, de pronto pensé que estaba en otro lugar, en otro país, pero era
el mío, en el México en donde vivimos millones de personas tratando de salir
adelante a como de lugar.
Le pité con insistencia y no
volteó nunca, él estaba ahí frente a la pared y yo no lograba ver qué hacía,
llevaba una pesada carga y fue cuando vi su piel, estaba marcada por las
políticas públicas de nuestros gobiernos. Estaba llena de mensajes que no todos
logran ver, qué decir, si no vemos, resulta mejor porque nos causa menos daño.
Avancé un poco y logré ver un poco más, él, estaba comiendo algo que parecía una tortilla, no pude evitar tragar gordo y reflexionar en todos esos malos hábitos que muchos tenemos, como desperdiciar la comida cada día, consumir desmedidamente productos que la mayoría de las veces no nos hacen falta. Volví a pitar y tampoco me miró, fue cuando observé lo que llevaba en los pies, eran unas improvisadas sandalias hechas de cartón, plásticos, no se bien, volví a pensar en nuestras “necesidades diarias”, en ese esnobismo que nos persigue día a día.
En el auto tenía un billete de veinte pesos y
se los quise dar, pero nunca me hizo caso. Hizo bien. Veinte pesos, pero ¿qué
me pasa?, con eso no resuelvo nada, aún dándole veinte mil no resolvería nada.
Como tenía un auto detrás tuve que dar la vuelta a la calle y me estacioné.
Busqué con más calma en mi cartera y me encontré doscientos pesos, los tomé y
me bajé del auto, caminé media cuadra y lo fui a buscar, fue cuando algo
curioso pasó, las personas que estaban en la parada del autobús lo miraban de
reojo, no se atrevían a mirar de frente, no se atrevían a enfrentar lo que
vivimos en realidad. El caminó hacia mi y yo hacia él, aún no se de dónde sacó
una imagen de la Virgen de Guadalupe, es una pequeña imagen de papel, extendió
su mano y me la dio. Lo miré y la tomé, le di el billete que llevaba en la mano
para él. Lo tomó y me dijo: “Que Dios le
de más”, honestamente no pude responder más allá de un apagado gracias, ni
siquiera me salió la voz, me di la vuelta y regresé a casa. Fue un encuentro
extraño, jamás olvidaré esa mirada de nostalgia. En el camino pensaba, por qué
hemos llegado a esos niveles de pobreza,
por qué la gente tendría que recoger comida de la basura para alimentarse, ¿en
qué momento se crearon las clases sociales?, ¿en qué momento nuestros
gobernantes han llevado a un país tan rico a ser tan pobre?, ¿qué tipo de
sociedad somos? una sociedad que no mira más allá de su propio bienestar. Me da
una tristeza enorme, por más flores que admiro, por más poesía que escribo, por
más sueños que tengo hay algo muy cierto, el país se está yendo al carajo.
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