viernes, 20 de diciembre de 2013

Queso de Cabra



Salí un momento a buscar señal, en la vieja casona del Beaterio ¡no había señal de celular! Eso era un suplicio para mi, una adicta a las redes sociales, así que me asomé a la puerta a ver si captaba algún mensaje.

Mientras observaba los autos pasar pensaba que había un excelente clima en la ciudad.

Corría el viento fresco y sonaba la música de fondo. Un saxofón amenizaba la noche. Pasó un chico paseando a su perro, un hermoso perro color beige que llevaba un paso apresurado. Estaba entretenida viendo las curiosidades nocturnas cuando de pronto se acercó un señor aproximadamente de sesenta años, se paró frente a mi y me dijo:

"Vendo queso de cabra". Le sonreí, agradecí y le dije que en otra ocasión. Se fue y regresé a mi mesa.
 
Los músicos tocaban una melodía de allá por los años setenta, la gente animada aplaudía. Entonces lo vi. Una silueta con sombrero en la calle se había detenido en la ventana a ver a los músicos. Los veía extasiado, sonreía y aplaudía. El saco que llevaba lleno de quesos a su espalda no le estorbaba para aplaudir. Lo vi, me vi. Me sentí mal por estar ocupando una mesa adentro y saber que él por estaba afuera. Entendí que la música debería unirnos a todos, imaginé crear una serie de conciertos callejeros en donde músicos apasionados llevarán las notas musicales a todos los rincones de la ciudad, llevar música a los lugares más insospechados, conciertos sorpresa a personas que no esperan escuchar otra cosa que no sean pesares.

Pero no se sí haya músicos dispuestos a regalar su música, su tiempo, su esfuerzo. En dónde su único pago sea la sonrisa de aquellos que no pueden pagar por verlos. En donde su única remuneración sea la alegría causada en alguien más. Tantas cosas por hacer en este mundo que no necesitan mas que un poco de imaginación. Todo eso me ha hecho reflexionar aquel señor del queso. Cuando decidí levantarme para invitarlo a cenar conmigo, se había ido. Simplemente la ventana estaba vacía otra vez.
 
 
@aleydagatell